Lima, 10 de
septiembre del 2015
Apreciada infanta de España:
¿Cómo se encuentra usted?
Espero que muy bien su excelencia. Sé que lo que diré a continuación le
parecerá un desvarío y muy probablemente me mande a azotar con su tío don Pedro
de Aragón o me mande a matar en una corrida de toros, pero tenía que expresar
mi gran disgusto ante un acontecimiento que tomó lugar en su cumpleaños.
Usted fue criada con muchos
valores, conocimientos y sanas convicciones; sin embargo, a la hora de tratar a
algún desconocido o alguien que no pertenece a la misma condición social que
posee usted o algún desperfecto físico, parece no hacer uso de los modales y todo
lo que aprendió con sus institutrices. Si bien es cierto, aún no ha madurado
del todo, no considera los sentimientos de los demás respecto a cómo los hace
sentir con su comportamiento, tal vez aún no sepa que el “bufón” al que usted
encantó con su manera de prestar atención a cada baile que él hacía, murió por
pensar que en realidad a usted le había agradado e inclusive que estaba
enamorada locamente de él, me refiero exactamente al enano.
“-Esto es soberbio –dijo la
infanta, después de una pausa-, pero ahora debes bailar para mí.” (p. 107). Sin
duda alguna allí usted no sabía que unos minutos antes él se había visto en un
espejo y comprendió que los gestos que usted hizo no fueron más que para
despreciarlo, mediante las risas por parte de sus amigos y usted cuando le tiró
la rosa que él guardó con tanto cariño y amor en su regazo, tal vez la única
muestra de afecto que recibió en toda su vida.
Solo me queda algo por
decir, “Trata a los demás como te gustaría que a ti te traten” para evitar posibles
inconvenientes en un futuro próximo. De todos modos te agradezco por hacer que
recuerde que todos somos iguales y tenemos sentimientos a los cuáles respetar.